Historia: La Construcción de La Costa Verde

¿Inicio o final? Así comenzó la larga y polémica historia del circuito de playas más importante de la capital

  • 5000 Años Surcando Olas
  • 11/05/2016
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Uno de los aspectos más importantes y polémicos de los años setenta fue la construcción del circuito de playas Costa Verde. Cuando el alcalde Luis Bedoya Reyes emprendió la construcción de la Vía Expresa, se decidió que todas las toneladas de tierra excavadas a lo largo de la ciudad capital fueran llevadas y amontonadas en los acantilados de Lima, para ganarle terreno al mar y formar una costa artificial. Durante meses, camionadas y camionadas de desmonte fueron trasladadas, bajando por la quebrada de Armendáriz, rumbo al Club Regatas, formando una vasta explanada que más tarde sería llamada con el nombre de Costa Verde. La millonaria inversión, fue continuada por el alcalde Eduardo Dibós, quien se encargó del tramo Armendáriz - La Pampilla, cambiando por completo la faz de nuestra costa limeña. Anteriormente, sólo existían seis balnearios de norte a sur: Cantolao, Magdalena, Miraflores, Barranco, Chorrillos y La Herradura.

Hasta la década de los sesenta, los bañistas utilizaban diferentes vías para llegar a cada uno de estos destinos. Los waikikianos, por ejemplo, recuerdan que para llegar a La Pampilla debían embarcarse en largas y peligrosas remadas, y corrían las excelentes olas de esta rompiente, en cuya orilla se veían cuevas amenazadoras e inaccesibles. Lo mismo sucedía para llegar a Redondo, y ya hemos contado, en un capítulo anterior, la sorpresa que se llevó Rafael Berenguel cuando tomó una ola tan grande en el Regatas, que lo llevó a lo largo de la bahía de Chorrillos hasta desembocar en las aguas de los Baños de Barranco, donde conoció a los entusiastas tablistas del Topanga. Antes de la construcción de la Costa Verde, Chorrillos contaba con sus propias playas; La Herradura, Regatas, Agua Dulce, Ala Moana y Triángulo; mientras que Barranco contaba con Barranquito, Las Conchitas y Los Pavos; Miraflores disfrutaba de las olas de Redondo, Makaha, Waikiki y La Pampilla; y el Callao contaba con las aguas de Cantolao. Pero con la decisión de unirlas mediante una red vial, una considerable serie de cambios alteraron para siempre la faz del litoral limeño.

Para empezar, el desmonte acumulado frente a las playas perjudicó notablemente el fondo marino, modificando las olas para siempre. Además, para contener la furia marina, los ingenieros municipales se vieron obligados a construir enormes rompeolas, los mismos que ahora pueden verse a lo largo de la Costa Verde. Estos rompeolas tenían, como su nombre lo indica, la misión de contrarrestar el embate de las olas que naturalmente llegaban a las orillas, de modo que las explanadas artificiales no se vieran afectadas por el oleaje. En pocas palabras, lo que se buscaba era domesticar el mar para construir una carretera que uniera todas las playas. Antes, cuando no había espigones ni carretera, las olas reventaban mar adentro, y tenían, sin exagerar, el doble del tamaño que hoy exhiben. Waikiki fue una playa famosa, en donde se podían atrapar olas de hasta tres metros de altura y correr una extensión aproximada de medio kilómetro. ¿Se imaginan lo que era entonces La Pampilla antes? Incluso en el Regatas, según los testimonios que hemos recogido, reventaba una ola espectacular, de casi dos metros y medio de altura y perfectamente tubular, larga como las olas de Bermejo. Triángulo, cuando el mar se ponía grande, era una rompiente de ensueño, y Barranquito fue durante años la cuna de varios de nuestros mejores tablistas. Las reventazones de Makaha y Barranquito, situadas mar adentro, ofrecían al tablista emociones extremas, y Makaha, tenía una excelente sección tubular.

¿Qué ha quedado ahora de todo eso? Barranquito ya no satisface a nadie, La Pampilla no es ni siquiera el pálido reflejo de lo que alguna vez fue; y tendríamos que esperar un tsunami para atrapar en Waikiki una ola de dos metros. Los tiempos anteriores a la Costa Verde fueron muy diferentes a los nuestros, y es preciso que nuestros lectores lo sepan para que se den una idea de lo que alguna vez tuvimos. Es preciso que lo sepan para que entiendan por qué el Gordo y el Flaco Barreda, al igual que decenas de tablistas de los años sesenta y principios de los setenta, se pasaban horas de horas metidos en el agua, disfrutando de olas de una calidad muy superior a la actualidad. Los waikikianos recuerdan con nostalgia que las olas del mar morían en la base de su club, y que bastaba caminar unos pasos para entrar en contacto con el océano, sin correr el peligro de ser atropellados por los innumerables automóviles que hoy cruzan frente al legendario club. Pero así es la vida, no hay nada capaz de detener ese cambio, y ahora disfrutamos de una carretera que nos lleva desde Chorrillos hasta San Miguel (y se planea unirla hasta el distrito de La Punta).

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